Niccoló Paganini (1782-1840)
El violín que acariciaba almas
“No es una música para ser escuchada con los oídos, sino para ser soñada con el corazón.” Heinrich Heine (poeta y ensayista alemán del Romanticismo)
El público, que acudía en masa a todos sus espectáculos, no daba crédito a lo que veía y escuchaba. Los hombres lo vitoreaban y aplaudían, y las mujeres se desmayaban entre jadeos. Todos quedaban extasiados ante la magia y el misterio que impregnaba sus interpretaciones.
“¡Qué hombre! ¡Qué violín! ¡Qué artista! Cuánto sufrimiento, cuánta angustia, cuánto tormento pueden expresar esas cuatro cuerdas.” Franz Liszt (compositor austro-húngaro romántico, virtuoso del piano y gran admirador de Paganini).
Niccoló Paganini manifestaba un virtuosismo musical inusual y sin precedentes. Con sus cuerdas imitaba el canto de los pájaros, y también el trombón, la flauta, la trompa… Él hablaba a su público con sonidos: unas veces para atraerlos, otras para repelerlos. Los llenaba de emociones que al segundo destruía con golpes desgarradores. Y cuando exhaustos, hombres y mujeres retenían el aliento enfadados por ese maltrato, entonces volvía a acariciar sus almas con notas de intenso lirismo.
“Su técnica de arco da a su forma de tocar mayor vitalidad y variedad. Sus sutiles matices dan a sus melodías cantoras una dulzura imposible de expresar con palabras. Pero su principal diferencia es su staccato. Lanza el arco contra las cuerdas como si fuera un látigo y toca pasajes en escala de increíble rapidez, mientras los sonidos de su violín se desgranan como perlas.” Carl Guhr (director de orquesta de Frankfurt en la época de Paganini).
Más que deleitar el intelecto, su música iba directa a las entrañas, a los sentidos. Creó un vocabulario musical nuevo y exclusivo, con una interpretación calculada para generar espectáculo. Todo envuelto de la forma más brillante y arrebatadora.
El público pagaba enormes sumas para ver tocar al virtuoso violinista. Los precios de las entradas se veían inflados por los extravagantes relatos sobre su extraña apariencia y su personalidad demoníaca, sobre sus conquistas sexuales y los hipnóticos poderes que, se decía, ejercía a través de su interpretación; rumores que Paganini alentaba a base de tocar el violín aún con más fiereza.
“Llevaba un abrigo gris oscuro hasta los tobillos que le hacía parecer de gran estatura. Su cabello largo y oscuro le caía en rizos sobre los hombros enmarcando en negro su rostro pálido y cadavérico, en el que el dolor, la genialidad y los tormentos infernales habían trazado sobre él surcos imborrables.” Heinrich Heine
Con Giuseppe Tartini (1692-1770) –considerado uno de los mayores virtuosos del violín hasta la llegada de Paganini- el violín se asoció con lo demoníaco, ya que, según él mismo contaba, tras soñar con el demonio compuso su famosa Sonata del Trino del Diablo. Paganini y su madre conocían esta historia y la utilizaron. Y pronto fue creencia generalizada, tanto por sus admiradores como por sus detractores, que este había hecho un pacto con el diablo, y esa idea fue un ingrediente esencial que Paganini alimentaba y usaba en sus espectáculos. De qué otra manera si no podría entenderse que fuera capaz de seguir tocando maravillosamente cuando todas las cuerdas se le rompían excepto una (llegó a decirse que era una puesta en escena preparada con antelación, artificio que le hizo ganar mucho dinero).
Cuando aparecía en escena, su figura oscura parecía haber salido del mismo infierno y «cuando se inclinaba hacia la audiencia, -en una reverencia donde el arco hacía el papel de espada- sus movimientos eran tan extraños que uno temía que sus pies se desprendieran del cuerpo y que él mismo se desmoronara en un montón de huesos.» Schottky (uno de los muchos biógrafos del músico).
“Sentí un entusiasmo divino, diabólico. En mi vida había visto u oído nada semejante. La gente se volvió loca. Pero tendrían que ver lo raro que era. Se balanceaba atrás y adelante como un borracho. Se tropezaba con sus propios pies. Daba puntapiés al aire, levantaba los brazos, los estiraba como si fueran alas suplicando al cielo, a la Tierra y a toda la humanidad que le ayudaran en su necesidad. Es el más espléndido gamberro que haya inventado la naturaleza.” Ludwig Boerne (escritor alemán)
“Para describirlo, es necesaria la poesía o los cuentos de hadas. Hay algo tan demoníaco en su aspecto que uno espera entrever una pezuña hendida o las alas de un ángel.” (Leipziger MusiKalische Zeitung –periódico de música alemán más importante de su tiempo)
A pesar de su singular apariencia (decían que sus manos parecían arañas con sus larguísimos dedos) tuvo un gran éxito con las mujeres, y Paganini era muy consciente de ello: “No soy un tipo buenmozo, pero cuando las mujeres me escuchan tocar, ellas vienen a mis pies.”
“Lo imaginaba bien parecido, siendo un genio; y que de no ser hermoso, no sería feo de solemnidad. Pero sufrí una desilusión. Vi entrar en la sala a un hombre casi retorcido, de grandes orejas y rostro alargado y cuadrado, enmarcado en una larga melena negra que le caía sobre el cuello en el anticuado estilo Directorio. La nariz y la boca hacían juego con el resto de su aspecto, al igual que los ojos hundidos en los que ardía un fuego oscuro. Todo ello le daba un aire satánico a su persona. Pero cuando habló del violín, mostró su más vivo entusiasmo. Me fascinó. Ya no lo veía feo. Y cuando oí los divinos sonidos de ese instrumento en la Ópera (se refiere a la Ópera de París), me sentí transportada a otro mundo. En presencia de este mago, estaba preparada para cualquier cosa. De haber aparecido el mismísimo diablo, no me habría sorprendido.” Condesa de Lamothe-Langon
Sin embargo, tanto talento y éxito generó envidias y detractores, y sus malas críticas Paganini las aprovechó en beneficio propio convirtiéndolas en el late motiv de sus actuaciones.
“No es un loco, sino un afectado. Su forma de tocar es como un aperitivo musical, como si fuera un brebaje que uno solo logra tragar a base de pimienta y vinagre.” Karl Friedrich Zelter (compositor, director de orquesta y profesor de música alemán).
“Abusa de su poder. Toca divinamente, y a veces lo hace durante uno o dos minutos, pero luego llegan sus trucos y sorpresas, las convulsiones de su arco y su enarmonía, que parece el maullido de un gato agónico.” Thomas Moore (poeta romántico irlandés).
Creó su propio repertorio, desde conciertos de violín hasta los diabólicos 24 caprichos para violín. Poseedor de una gran técnica, experimentó y dominó todos los registros sonoros hasta entonces inexplorados, llegando con su audacia y su fascinante interpretación a lo más profundo del alma.
Celos, resentimientos y envidia se convirtieron en una maldición en la vida de Paganini… y también más allá de su muerte. Se le negó un entierro católico, su cuerpo fue embalsamado y durante dos años sus amigos lucharon en vano antes de enterrarlo de forma no oficial en una finca privada. Fue exhumado varias veces antes de descansar definitivamente en el cementerio de Parma muchos años después de su muerte.
“Vended todas vuestras posesiones. Empeñadlo todo, pero id a oírle. Es lo más asombroso, lo más sorprendente, lo más maravilloso, lo más milagroso, lo más triunfante, lo más desconcertante, lo más increíble, lo más extraordinario y lo más inesperado que haya sucedido jamás. Tartini vio en un sueño al demonio interpretando una sonata diabólica. Seguro que era Paganini.” Francois Castil-Blaze (musicólogo, crítico musical, compositor y editor musical francés que vio tocar a Paganini en la Ópera de París).
Mito y realidad coexisten en su persona. Una vida rica en anécdotas que él mismo preparaba y provocaba, forjando de forma ingeniosa la leyenda que lo llevaría a la inmortalidad.
“Decir que el violín suena más bello en sus manos y más conmovedor que cualquier voz humana, que su alma incandescente irradia fuego a los corazones, que todos los cantantes podrían aprender de él, no basta para describir su manera de tocar. Quien no le haya oído no tiene ni idea de cómo es. Es preciso escucharle una y otra vez, y solo entonces se puede creer. Ese es Paganini.” (Periódico vienés de la época).
La elocuencia de las descripciones de sus contemporáneos que pudieron gozar con sus espectáculos, me deja una sensación de vacío y un estado de ansiedad que crece ante la imposibilidad de disfrutar en directo de este gran artista. Como esto es imposible, hagámoslo con otro gran virtuoso del violín: Ara Malikian, en su interpretación de «La Campanella» (la campanita), que es el movimiento final del Concierto para violín nº 2 de Niccoló Paganini, que formaba parte de la gira mundial titulada «La Increíble Historia de Violín».
Para finalizar, aquí dejo un vídeo de una película alemana del 2013 sobre Paganini titulada «El violinista del diablo». En él vemos al violinista David Garrett haciendo de Paganini e interpretando su famoso y diabólico Capricho nº 24.
¡¡GENIAL!!