LA BELLE ÉPOQUE II: LOS IMPRESIONISTAS
Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Gustave Caillebotte, Alfred Sisley, Mary Cassatt, Berthe Morisot, Marie Bracquemond, Eva Gonzalés, Fréderic Bazille, Camille Pissarro, Edgar Degas… y el gran referente Edouard Manet.
Esta historia va más allá del arte. Es la historia de una amistad. Trabajaron y vivieron juntos en una época en la que sufrieron el menosprecio de su arte durante años, y juntos lidiaron con la pobreza y la miseria. Comprendieron que debían unirse para organizar sus propias exposiciones y oponerse así al mundo artístico conservador, convencidos de que sus obras eran dignas de ser presentadas al gran público.
PERO...¿QUÉ LOS HACÍA TAN DISTINTOS A TANTOS OTROS PINTORES DE LA FRANCIA DE FINALES DEL SIGLO XIX?
En primer lugar, retrataron figuras de la vida ordinaria en escenarios de la vida moderna: ferrocarriles y puentes, calles y parques, estaciones y cafés; la vida en la playa, los paseos por los bulevares, las carreras de caballos, la ópera y su público… En definitiva, la vida en la gran ciudad de París.
En segundo lugar, no solo el motivo los hacía “ser impresionistas”. Frente a la ejecución detallada y nítida de la pintura académica, buscaban plasmar la espontaneidad del momento. Pintan el instante: ese momento efímero que cambia con la luz y muda en manchas de colores. De ahí que sus trabajos parezcan bosquejos donde la velocidad de la vida moderna se traduce en pinceladas rápidas.
En tercer lugar, el color y la luz: son sus medios preferidos para reproducir no lo que ven, sino lo que sienten; con una mirada subjetiva, incluso emotiva; sensaciones derramadas en colores. Una impresión personal digna de ser reproducida, que sentó las bases para el triunfo de lo individual en el mundo moderno emergente.
Y en cuarto lugar, pintar al aire libre, lo que se conocía como “pleinair”. Aunque fueron los componentes de la “Escuela de Barbizon” (a mediados del siglo XIX), con Corot a la cabeza como el “maestro de la luz”, los que comenzaron a trabajar en la naturaleza; son los impresionistas los que llevaron esta forma de pintar hasta las últimas consecuencias. Se instalan al aire libre: caballete, lienzo, óleos, paleta; allí comienzan un cuadro e incluso lo terminan, ya no son bocetos para acabar después. Al trabajar de este modo nos hicieron sentir la liberación de la pintura sin el polvo del estudio, sin la atadura de un tema, sin la precisión de un problema matemático.
Ahora percibimos el viento que mueve las hojas; nos estremecemos con el aire que casi nos roza; nos emocionamos con la luz cambiante que da o quita vida a los colores, o ambas cosas a la vez, en un chisporroteo de pinceladas. Gozamos con la alegría de sentirnos vivos en un domingo infinito. No en vano se les llama “los pintores de la felicidad”, nos hicieron partícipes de su gozo ante el hecho mismo de pintar y así disfrutar con ellos.
LA UNIÓN HACE LA FUERZA. EL NACIMIENTO DEL IMPRESIONISMO
Individualmente, no habrían estado en condiciones de imponerse contra el poder de la Academia y contra el rechazo del público, de los coleccionistas y de los marchantes de arte. Pero juntos, este pequeño grupo influyó sobre su entorno con sus exposiciones, total ocho, celebradas entre los años 1874 y 1886. Su influencia llegó incluso a otros artistas en todo el mundo. Provocaron tanto revuelo que se les consideró unos revolucionarios.
Después de haber sido rechazados durante más de diez años de los centros oficiales, decidieron encargarse ellos mismos de organizar una exposición. El fotógrafo Nadar puso a su disposición, gratuitamente, el estudio que acababa de dejar libre. Para evitar disputas, sortearon el lugar donde irían colgadas las obras; y juntos participaron de los gastos así como de las ventas. En esa primera exposición de 1874 se mostraron 165 obras, y estuvo abierta durante cuatro semanas. No tuvo mucho éxito, mientras que el Salón oficial tenía un público diario de casi 10.000 visitas, a la exposición del grupo apenas van unas 180 el primer día y sólo 54 el último. Para colmo, la mayoría iba a burlarse. Y es en esta primera exposición cuando se les da el nombre bajo el que acabarían siendo conocidos. De forma peyorativa, el escritor y paisajista Louis Leroy escribe un artículo para su revista satírica “Charivari” titulado “Exposición de los impresionistas”. Se vale para ello del título de una obra de Monet: Impresión, salida de sol: “Impresión -¡Debí suponerlo! Acabo de decirme a mí mismo que cuando estoy impresionado, tiene que haber una impresión. ¡Y qué libertad, qué ligereza de pincel! Un tapiz en estado original está más elaborado que esta marina”.
Para nosotros, sus pinturas no representan ninguna revolución ni ruptura, pero en esa época…. ¿Quién pinta la frescura de un instante, la mirada breve abocetada, la impresión que nos provoca?
«El famoso Salón de los Rechazados, que uno no puede recordar sin reírse […] fue un Louvre comparado con la exposición en el bulevar de los Capuchinos»
E. Cardon
Crítico hablando de la primera exposición impresionista de 1874.
UNA MIRADA A SU MUNDO
De Mujeres y Hombres
En la Historia del Arte hay muchas representaciones de cuerpos masculinos desnudos, pero son héroes griegos, guerreros, dioses e imágenes de Cristo. Hasta mediados del siglo XIX, el hombre aparece como conquistador, dominando en lo privado y en lo público. Sin embargo, el movimiento de emancipación de las mujeres puso en entredicho el papel tradicional del hombre. Es por ello que la figura masculina comienza a aparecer en las pinturas impresionistas en actividades hasta entonces ocupadas solo por mujeres. Ejemplo de ello es el cuadro de Gustave Caillebotte: Hombre secándose la pierna. En él aparece un hombre que acaba de salir de la bañera, desnudo y con la pierna estirada en el acto de secarse con una toalla. Esta representación es del todo inusual, ya que el baño y todo lo que concierne al aseo (vestirse, peinarse, etc.) estaba reservado a las mujeres. De hecho, la representación de la mujer en el baño fue un tema recurrente entre los impresionistas.
Sabías que... El término feminismo
El término feminismo es de origen francés, y se utiliza como sinónimo de emancipación de la mujer, apareciendo así en la revista La Citoyenne, en 1882, y en el Congreso de París de 1892.
Un mundo nuevo de colores
Los avances técnicos y científicos que tuvieron lugar durante la Belle Époque (ver Belle Époque I) tuvieron mucha importancia en el arte impresionista. Nuevas sustancias colorantes inundaron el mercado. Los tejidos y la vestimenta adquirieron un mayor colorido que además tenían una mayor durabilidad. Las pinturas pasaron de ofrecerse en pigmentos pulverizados a pinturas en tubos de metal que podían volver a cerrarse. Esto facilitó el arte al aire libre, al no dispersarse con el viento, además de no tener que mezclar las pinturas. Con todo, siguieron utilizando los colores en pigmentos. También aparecieron nuevos colores como el violeta, el verde viridian, el azul cobalto o el amarillo de cromo entre otros, que eran menos tóxicos.
La visión de conjunto
La pintura academicista siempre dio gran valor a los cuadros de figuras, ennobleciéndolas al aportarles un significado mitológico. Nada que ver con lo que hacían los impresionistas, pues sus figuras, ya fueran burgueses paseando, barqueros, jóvenes bailando o desayunando o… , eran tratadas igual que una nube de humo, una hierba, una flor, un charco… lo importante era la proyección de la luz y la impresión de conjunto, sin entrar en detalles. Esto enfureció mucho a sus contemporáneos.
«¿Ese es mi aspecto cuando me paseo por el Boulevard des Capucines?… ¡Maldita sea! ¿Se está riendo de mí?»
Palabras de Louis Leroy, indignado, ante el cuadro de Monet: Boulevard des Capucines, mostrado en la primera exposición de 1874
El tamaño sí importa
Para que la comisión encargada de colgar los cuadros, en el Salón Oficial, no los condenaran a exponer en lo más alto de la pared y ser vistos con la ayuda de prismáticos, los pintores presentaban cuadros de enorme formato (“grandes machines”), así no pasaban inadvertidos y tenían más oportunidades de triunfar.
Pére Tanguy: El amigo parternal de los pintores
Los impresionistas franceses compartían entre sí al mismo comerciante de pintura: Julien Tanguy, llamado Pére Tanguy. En un principio fue comerciante ambulante, y a partir de 1871 propietario de un comercio en París. Tanguy ayudaba a los jóvenes artistas, que se encontraban continuamente en apuros económicos, cambiando sus cuadros –que la mayoría de sus contemporáneos consideraba carentes de valor- por pinturas y lienzos. De este modo, además de proveedor de pintura, se convirtió en coleccionista de arte, y su comercio fue el punto de encuentro de pintores y sala de exposiciones para sus obras.
Tanguy fue una institución importante para los artistas de Barbizon, los impresionistas y Van Gogh.
«Es un hombre bueno y gracioso; pienso frecuentemente en él»
Van Gogh en una carta a su hermano desde Arlés.
Los impresionistas querían pintar el mundo como lo sentían; abandonar el realismo que había impregnado las obras de sus antecesores. La fotografía había sustituido a la pintura en lo que hasta el momento había sido su leit motiv: imitar la realidad. Ahora eran libres. Podían experimentar con los colores. Pintar temas nuevos. Investigar con la luz. Con ellos dio comienzo el Arte Moderno.
Fuentes:
Roe, Sue. Vida privada de los impresionistas
Grimme, Karin H. Impresionismo
Heinrich, Christoph. Monet